martes, 15 de marzo de 2011

Los 60'. Cuando haces 'Pop', ya no hay stop.

Pues bien, los amadísimos hijos de la década de los cincuenta que crecieron con todos los Héroes del Rock de esos años son ahora los jóvenes esposos de los sesenta. Y todos aquellos que habían logrado asumir esos cambios poseían unos vínculos musicales lo suficientemente fuertes como para ser capaces de sintonizar en sus viejos aparatos de radio música Pop. Estaban abiertos a los cambios, dispuestos a mantenerse al día con los nuevos sonidos. No penséis que los cincuenta no fueron lo suficientemente relevantes como para no dedicarle más espacio, pero es que los sesenta han supuesto tanto para la Historia en general y para la música en particular que creo merece la pena extenderse en ellos un poco más que en la década anterior.

Los sesenta no sólo aportan música, moda y color. Despiertan una especie de lucha antagónica, no contra la música sino contra cierto tipo de actitudes, especialmente con las drogas. La gente baila, lee, hace el amor…, y se droga. Más tarde hablaremos de ello.

Forceful –potente – es una palabra que se utilizaba a menudo para describir la nueva música. Las letras pasan a ser más realistas y elaboradas, desapareciendo, hasta cierto punto, las obviedades de los temas eminentemente romántico-adolescentes, aunque sobreviven vestigios de la década anterior: todavía existen autores que escriben rimas pueriles, si bien están siendo sustituidas por lo que en notables ocasiones podría calificarse como ‘buena poesía’.

Toda esta elaboración, en algunos casos, lleva a enmascarar ciertos significados. La nueva música no sólo es una burbuja de color sino que, además, a los nuevos poetas que la representan se les suponen valores de innovación y propaganda. Como propagandistas aún utilizan metáforas para ocultar ciertos mensajes: los no iniciados en determinadas materias son incapaces de entender qué quiere decir el artista con tal o cuál expresión. Si tomamos, por ejemplo, el Mr. Tambourine Man de Dylan –en la imagen de la derecha; como curiosidad, su nombre en hebreo es Shabtai Zisel ben Avraham–, todo aquel que se moviera en ese mundillo era capaz de reconocer en el personaje de la pandereta a un camello, algo que se notaba en cuanto empezaba el disco a girar. Sin embargo, no es necesaria una gran inteligencia para darse cuenta de que cuando The Fugs hablan de ‘Kill For Peace’ se refieren a ‘matar por la paz’.

Toda esta nueva música –que, por cierto, es la más imitada por aquellos que, desde prácticamente la segunda mitad de los ochenta hasta hoy en día, andan, por calificarlos de la manera menos ofensiva, ‘escasos de ideas’– posee abundante variedad y agruparla y/o analizarla es algo que no sólo puede limitarse a ‘Música de los Sesenta’ o ‘Pop Sesentero’. Todo ello máxime cuando agrupar implica perder identidad de las partes en el todo, con lo que disminuiría la que cada estilo tiende, en particular, a ofrecer. Se da una multitud de diversas variantes del Rock’n’Roll: Rock, Folk-Rock, Blue-Rock, Jug-Rock, Acid-Rock… Abundan también los estilos folclóricos y algunos más inclasificables que, en su día, debieron producir algún que otro dolor de cabeza a la hora de ser clasificados en las tiendas de discos.
Aunque muchos grupos y artistas en solitario logran un notorio éxito comercial, no faltan aquellos que, aunque a nivel popular, son los preferidos en sus ciudades, por encima de las grandes estrellas de la época, caso de Jefferson Airplane –arriba, a la izquierda, en la foto– en San Francisco y algún que otro de la Costa Oeste de los Estados Unidos como The Seeds y The Mothers Of Invention –justo aquí a la derecha. ¡Qué decir del genio, loco como pocos, Frank Zappa…– en los Ángeles.

También, como no, nos encontramos con las Vanguardias, esto es, un mundo musical más pequeño que el anterior, fuera de espectáculos televisivos y happenings –acontecimientos que poseen la excitación de un viaje para los que intervienen en él, dada su significación y sus posibilidades de sorpresa y maravilla–. La música de vanguardia contribuye a fijar el tono e iluminar la vida de los grupos y solistas más alejados de la comercialidad y en ella se experimenta, se elaboran y se perfeccionan nuevos estilos. Considerado como un mundo marginal, en él puede tenerse a menudo a un creador de baladas, por ejemplo, muy por encima del mejor de los circuitos comerciales habituales. Antes de que el norteamericano medio incluyera a Bob Dylan en sus, digamos, conversaciones de barra de bar, miles de personas y docenas de músicos –alguno bastante importante–, ya lo tenía en cuenta como genio.

Pero…, ¿quién compra discos? Porque, y no lo olvidemos, la Música, ante todo, es un negocio, un gran negocio. Y, sí, son los jóvenes los que más discos compran y los que más dinero gastan en las jukeboxes –las ‘primitivas máquinas’ de discos para oír singles; arriba en la imagen, una Wurlitzer.

Y qué decir del movimiento hippie. De hecho y, debido a que en Broadway y en los clásicos locales nocturnos prevalecen los viejos gustos musicales, estos chicos de pelo largo, chalecos de flecos y flores en el pelo no tienen más remedio que buscarse sus propios salones de, digamos, baile, provistos de grandes espacios donde poder desenvolverse con toda naturalidad. Un ejemplo de local de este tipo es el Fillmore Auditorium de San Francisco –abajo, en la foto–. Situado en un distrito habitado eminentemente por población negra, los viernes y los sábados por la noche celebra en su interior grandes conciertos. A sus puertas permanecen los straights –gente ajena al mundo del happening– y los heads –consumidores de marihuana, LSD, peyote…–, aunque estos conciertos y lo que les rodea no forma parte aún de las principales corrientes de la vida norteamericana.

Parece claro que, aunque la música, de calidad y muy estruendosa, no basta para atraer a la clientela del Fillmore, y otros son los elementos extra que hacen posible la afluencia de personas: las drogas.

El local es amplio, las luces fulgurantes, destelleantes, cambiantes, giratorias. Una pantalla sobre el escenario proyecta casi de continuo películas –sin sonido, por supuesto– y un amplio conjunto de butacas se sitúa frente a la tarima de la orquesta, para que la gente pueda sumergirse a gusto en la música. Paredes con garabatos hechos de líquidos coloreados que se proyectan a distancia y un techo muy alto completan el local. El Fillmore constituyó la experiencia entre real y fantasiosa de un viajero, de aquéllos jóvenes que necesitaban que se les revelara a la vez el vínculo y el espíritu del happening. Todo ello, faltaría más, unido al consumo de drogas.

Pero..., ¿y qué diablos ocurre con las ‘ligas de la moral’ tan de moda, siempre, en Yankeeland? Bueno, a la nueva música se le oponen, fundamentalmente, dos objeciones:

     * Falta de Gusto: para muchos es sólo ruido, melodías vulgares interpretadas con torpeza.
     * Inmoralidad: aparentemente candorosa e inocente, guarda una irreverencia notoria, aunque sus melodías sean capaces de hacer que más de algún adulto ‘mueva los pies’.

En definitiva, unos creen que la música popular está sencillamente manejada por la moda impuesta por oscuros manejos a cargo de sombríos disc-jockeys –famosas payolas, del inglés pay for all, pagar por todo…, un eufemismo british para chantaje, vamos; numerosos dj’s se vendían por dinero y pinchaban determinados temas a cambio de éste– y empresarios. Otros son de la opinión de que la popularidad de esta música es el resultado del gusto sin cultivo de la juventud –me suena de algo…– y un reflejo de tendencia a la barbarie –seguramente, si hubieran visto el Punk y su forma de interpretar y bailar habrían muerto del susto…–. En definitiva, los representantes de los ‘viejos valores’ de la sociedad norteamericana no encuentran mérito alguno en los nuevos sonidos, así como consideran ‘sucias’ y ‘sugestivas’ a las letras. Se llega incluso a afirmar que ‘son los comunistas los que controlan este movimiento como medio de subversión de la moral de la nación y como técnica oculta para lavar el cerebro de la población’. La prueba que estos maníacos ofrecen para demostrar la conspiración es que varias personas del mundo musical tienen conexiones con ‘tales grupos de frente comunista’ como la NAACP, la Unión Americana para las Libertades Civiles, la SNCC y, naturalmente, la Universidad de California… Todo ello por no hablar de los que consideran que ‘el sexo a nivel íntimo ha sido reemplazado por escenas masivas de orgasmos rítmicos por culpa de la nueva música…’ (¡Sic!)
Y, ya que hemos mencionado ligeramente al movimiento hippie, en la foto adjunta podemos ver el aspecto que presentó el Festival de Woodstock, el único e inimitable, el del 69’ y del que el 15 de Agosto de 2009 se cumplieron 40 años –duró 3 días:


El hecho de que la Música propia de los sesenta retrate tan bien el temperamento del cambio generacional es, de por sí, una invitación abierta a su consumo… Y eso que aún no hemos mencionado a The Beatles y su aportación.



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