Alrededor de 1940, luego de una pubertad más bien indiferenciada, surge la música norteamericana como tal. Aislados de Europa, los compositores comenzaron a producir un material que podría identificarse como ‘nativo’. Al cabo de la 2ª Gran Guerra se había logrado cultivar un material digno de exportación. Se componían sinfonías de toda especie; se representaban nuevas óperas en las ciudades del Medio Oeste… Y por todas partes se oía a cantantes solistas. Por un lado se encontraban Frank Sinatra –derecha–, Lena Horne y Billie Holiday, elevados estilistas que interpretaban maravillosamente un material las más de las veces de escaso interés musical –cuando no derivado de las composiciones de George Gershwin o Cole Porter– y oscuro contenido literario. Por el otro, cantantes de concierto especializados –Frijsh, Fairbank y Tangeman– los cuales, aunque vocalmente irregulares, contribuyeron a crear un nuevo estilo al persuadir a ciertos compositores más bien jóvenes a que crearan canciones cantables basadas en textos de calidad.
Hay que tener en cuenta que, aunque el Jazz siempre tuvo buena acogida en Europa, el resto de la música que provenía de Norteamérica era desdeñada en el viejo continente ‘por no ser lo suficientemente seria’… Por cierto, en el periodo 1940-1955, el artista más popular de los Estados Unidos fue Bing Crosby –izquierda–. El Jazz puro había perdido el favor del público a favor del Be Bop. Dominaban los ‘crooners’ –cantantes suaves que interpretaban odas al amor–, tipo Perry Como o el mismo Frankie ‘Blue Eyes’ Sinatra, ídolo de ‘baby sockers’.
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