martes, 15 de marzo de 2011

Introducción.

En 1981 y, de la mano de Carl Gottlieb –con música de Lalo Schifrin–, llega a la gran pantalla una curiosa comedia, con el excarabajo Ringo Starr y su esposa Barbara Bach como protagonistas. Su título, Caveman, esto es, Cavernícola. Entre otras cosas –curiosamente, no utilizan el lenguaje habitual sino sonidos que acaban por ser perfectamente entendidos por el espectador–, nos narra en una de sus escenas poco menos que cómo se inventó la música: descubren el fuego, uno se quema y grita, otro lo imita y grita y, así, acompañados de algún que otro ruido a modo de percusión, ‘et voilà la Musique’.
Parece ser, pues, que, anécdotas aparte, la música existe desde siempre. Años atrás, generaciones anteriores a la mía –aunque en España no se notaran en demasía estas cosas; el País vivía bajo una dictadura y…, bueno, esa es otra historia…– estaban siempre pendientes de lo que Dylan, Lennon, Hendrix y/o Bowie dijeran o hicieran para saber qué camino tomar: ¿cómo vestir?, ¿cómo comportarse?, ¿qué leer?, ¿qué ver?, ¿qué oír?…, en definitiva, ¿cuál debe ser la forma en la que debo vivir mi vida?. Estos y otros gurús componían, escribían y marcaban las pautas culturales y modales de la juventud –de hecho, exceptuando a Hendrix y a otros que ya no se encuentran en el mundo de los vivos, aún siguen haciéndolo… Algunos como Lennon, seguirán influyendo en las generaciones venideras incluso después de finiquitada la mía…–. Nadie que se preciara de estar a groovy –realmente, genial, aunque en argot se utilizaba para indicar que, digamos, ‘se estaba en la onda’– podía estar al margen de sus enseñanzas.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Hoy por hoy, bueno, realmente desde, quizá, la segunda mitad de la década de los 80’, la música parece haber degenerado. Es complicado ser original –sin rallar en lo ridículo–: todo parece estar hecho. Es difícil, si has oído música de los 40’ hasta, aproximadamente 1985, que nada te suene a nuevo: los plagios –la mayoría no ilegales pero sí descarados– están a la orden del día. Docenas de concursos televisivos, al servicio de determinados intereses bastardos de compañías discográficas y/o productoras ávidas de dinero fácil inundan el mercado de falsos talentos que manipulan a los más jóvenes, faltos de aquéllos gurús del pasado mencionados anteriormente; los nuevos héroes no tienen por qué mostrar su calidad: basta con dar una imagen estudiada. Material que hasta hace unos años no tenía cabida en mercados tan potentes como el anglosajón inunda las emisoras radiofónicas y televisivas; si a principio de los 80’ el vídeo mató a la estrella de la radio –Video Kill The Radio Star, del dúo británico The Buggles, 1979–, la MTV ha matado a la estrella del vídeo: si no sales en la MTV, eres poco menos que nada en este submundo... Aunque hoy cualquiera tiene un vídeo en Internet...
Pues bien, vamos a intentar descubrir qué ha ocurrido para que la música se haya ido deteriorando progresivamente, cuáles han sido las causas de este deterioro a lo largo de estas casi dos últimas décadas, qué o quiénes han sido los artífices de este desaguisado y, por último, si existe una solución –pacífica, obviamente– al Auschwitz musical en el que los amantes de la Música, de la de verdad, con mayúsculas –en la que debe incluirse la Clásica o el Flamenco, sin olvidar las delicias que, a veces, nos llegan de lugares como Brasil, una verdadera mina–, nos encontramos long time ago

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